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Cuando Isabella se encontró con aquel anuncio en una página de sus redes sociales, sus ojos se llenaron de asombro y su corazón latió con tanta fuerza que sintió como si fuera a salirse de su pecho.
Había pasado toda la noche anterior orando, suplicando por una respuestas, ansiando una señal que le permitiera resolver su difícil situación. Y allí, de forma inesperada, frente a sus ojos, estaba la respuesta que tanto había anhelado. Una señal divina que llenaba de esperanza su acongojada alma. Con manos temblorosas, anotó aquel número telefónico en un trozo de servilleta y con rapidez lo guardó en el bolsillo de la chaqueta de su uniforme de camarera. —Isabella, date prisa —Le gritó su compañera desde el pasillo, mientras ella terminaba de tender las sábanas.— Aún nos faltan tres habitaciones. —recalcó. —Sí, ya voy, ya voy —contestó la pelicastaña visiblemente agitada. Salió de la habitación con paso apresurado, tenía que desocuparse lo antes posible para poder realizar aquella llamada. Valiéndose de sus años de experiencia, logró cumplir con su tarea antes del tiempo previsto. Una vez que estuvo desocupada, fue hasta el área de descanso y mientras tomaba su café, sacó su móvil y llamó a aquella agencia privada. Rápidamente obtuvo respuesta. Esa misma tarde debía presentarse para ser entrevistada y así, ver si cumplía con el perfil exigido por la dicha empresa. Isabella llevaba cinco años trabajando como camarera en un prestigioso hotel de la ciudad. Aunque el salario que recibía era bastante bueno, no era suficiente para resolver su actual situación. Flash Back *** Quince días atrás… —La situación de Fabián ha empeorado considerablemente —dijo el médico.— Debemos apresurarnos antes de que sea demasiado tarde. —¿Qué quiere decir Dr Violi? Acaso mi hijo va a… —Guardó silencio. La joven madre no sé atrevía ni siquiera a mencionar la palabra “muerte”, como si con ello evitaría que sucediera. —Isabella, Fabián requiere ser operado con urgencia. Tenemos que implantarle un marcapasos lo antes posible. —aseveró el cardiólogo. —¿De cuánto tiempo estamos hablando, doctor? —preguntó con voz trémula. El médico, la miró en silencio antes de responderle. Exhaló un suspiro procurando mantener la calma para no alteraría aún más. —Un mes —dijo finalmente. La pelicastaña permaneció perpleja. Aunque quiso mostrarse fuerte, el leve temblor de sus labios y el brillo de sus ojos cristalinos, la delataron. —Un mes —susurró apenas. El médico sintió compasión por ella. —Sí, Isabella. Un mes. Ella sabía que aquella operación era delicada y el riesgo que correría su pequeño. Sin embargo, era su única opción. Pero lo que más le preocupaba, era el costo de aquella cirugía. ¿De dónde iba a sacar esa cantidad de dinero y en tan poco tiempo? Isabella había estado guardando dinero para aquella operación. Sin embargo, no alcanzaba a cubrir ni siquiera con los honorarios médicos. —Haré lo que sea para salvarle la vida a mi hijo Fabián, doctor. —murmuró entre sollozos. El médico asintió. Conocía la situación económica de la joven madre y todo lo que había tenido que trabajar para costear los gastos del tratamiento de su hijo. Mas, no dependía de él poder ayudarla. Isabella salió del consultorio con su hijo en brazos. —Mamá no estés triste. —murmuró el pequeño, limpiando con sus dedos las mejillas húmedas de su madre.— ¡No pienso dejarte sola! Fabián la rodeó con sus brazos por el cuello mientras ella lo abrazaba con fuerza. —Te amo tanto, hijo. —dijo besando su mejilla. *** Desde ese momento, la angustia, el miedo y la desesperación se apoderaron de Isabella. Necesitaba conseguir ese dinero a toda costa. Sólo así podría salvarle la vida a su hijo Fabián. Minutos más tarde, salió del prestigioso hotel donde trabajaba. Caminó cinco cuadras hasta llegar a la estación del subterráneo. Subió al vagón del metro, buscando con la mirada algún asiento vacío, finalmente halló uno y se sentó. Durante el trayecto, Isabella permaneció con la mirada perdida en el reflejo de la ventana. Los pensamientos no paraban de dar vueltas dentro de su cabeza. Aunque en el fondo de su corazón sabía que aquella decisión que había tomado, era correcta; su mente no dejaba de cuestionarla, de llenarla de dudas y temores. ¿Podría soportar el peso de subrogar su vientre, y luego tener que entregar a un hijo para salvar la vida del otro? Sin embargo, en ese momento lo único importante para ella, era ver crecer a Fabián como un niño sano. El tren subterráneo se detuvo. Isabella bajó con paso apresurado, sin dejar de ver su reloj, debía llegar antes que su hermana Antonella saliera para la universidad. Subió las escaleras hasta el pequeño apartamento, abrió la puerta y exhaló un suspiro. Finalmente estaba en casa. —Al fin llegas —exclamó la chica de cabello oscuro y gafas correctivas. —Necesito que te quedes con Fabián. —dijo con voz entrecortada, dejando el bolso sobre la mesa.— Debo ir a una entrevista. —¿Entrevista? Pero si ya tienes un trabajo? —cuestionó, la morena. —Sabes que lo que gano no es suficiente. Apenas me da para cubrir los gastos básicos de la casa y el pago de la universidad. —Nuevamente me echas en cara lo de mis estudios —replicó frunciendo el ceño y cruzándose de brazos. —Anto, no empieces con eso —dijo acercándose a su hermana y acunando el rostro de la pelinegra entre sus manos.— Ya falta muy poco para que termines tu pasantía como médico cirujano. Además ya bastante me ayudas cuidando de Fabi. —Está bien, pero ¿y en qué vas a trabajar? —preguntó con curiosidad. —Por ahora, no puedo contarte mucho, debo estar allí en media hora. Sólo te diré que con eso podré ayudar a mi hijo. La chica asintió. Conocía perfectamente todo el sacrificio que su hermana hacía para ayudarla a ella, mantener la casa y pagar el tratamiento de su sobrino por lo que, lo menos que podía hacer era de cuidar de su propio sobrino. —¡Deseo que tengas mucha suerte! —Terminó diciéndole.— Todo va a salir bien. —Gracia, Anto. —dijo y salió del modesto apartamento que había recibido como parte de los bienes que obtuvo luego de su divorcio. Mientras Isabella iba en el taxi, mil pensamientos la invadieron y pronto comenzó su “yo” racional a intentar disuadirla de esa idea moralmente inaceptable. “No puedes hacer eso, va contra las leyes de Dios y de la naturaleza” “Es un pecado” “No lo hagas” Sin embargo, su “yo” emocional –ese que siempre terminaba tomando el control de todas sus decisiones– aplaudía su actitud generosa y valiente por aquel acto tan noble. “No sólo estás intentando prolongar la vida de tu hijo, también estás dándole la oportunidad a una pareja de tener el suyo” En medio de aquel debate mental, Isabella no se percató de que ya había llegado a su destino, sino cuando el conductor del taxi le preguntó: —¿Señora, es aquí? —preguntó el hombre en un tono suspicaz. Isabella recorrió con la mirada la fachada de aquella estructura de dos pisos, la cual aparentaba ser, apenas una casa residencial. El lugar no tenía letreros. Solo una puerta discreta en una calle bastante solitaria. —Sí. Es aquí, señor.






