Mundo ficciónIniciar sesiónIsabella respiró profundamente, bajó con lentitud del coche y se dirigió hasta la entrada, tocó el timbre y el clic de la puerta sonó; la empujó suavemente e ingresó al lugar. Adentro, todo lucía limpio y en silencio.
Caminó por el largo pasillo hasta que vio al final una ventanilla identificada con la palabra “información”. Se acercó y le preguntó a la mujer de rostro amable, sobre su cita. —Pronto será atendida. Por ahora, llene este formulario por favor —dijo entregándole la planilla. Isabella tomó el bolígrafo atado a una pequeña cadena y con manos temblorosas rellenó automáticamente el cuestionario de preguntas. No se detuvo a leer. Había investigado lo suficiente sobre cuales eran los requisitos requeridos para realizarse una IA. No podía correr el riesgo de no ser aprobada. Apenas terminó de llenar el formulario, lo entregó. —Tenga —dijo colocando la hoja sobre el mostrador. La mujer tomó la planilla y sin leerla, la colocó dentro de una carpeta. —Puede entrar y aguardar en aquella habitación. —Se inclinó hacia adelante, asomando la cabeza y señalando la puerta de lado derecho. Isabella sonrió nerviosa, caminó un par de metros por el estrecho pasillo. Abrió la puerta con lentitud, sin hacer ruido, esperando que hubiese más personas en ese lugar. Pero sólo estaba… ella. La ingrimitud que había en aquella habitación, le dejaba muy en claro, que lo que estaba por hacer, era algo inapropiado y socialmente cuestionable. Aún así, tenía fuertes motivos y suficientes razones para estar allí y no desistir. ¿Qué podía ser más importante para una abnegada madre que la vida de un hijo? Isabella tomó asiento. Se veía muy ansiosa, frotaba sus manos contra la falda de su vestido y miraba a todos lados. Leyó por un par de veces los habladores colocados en las puertas, los cuales identificaban las tres habitaciones restantes: Administración, Laboratorio, Procedimiento de Inseminación Artificial –esta última le provocó una profunda ansiedad. De pronto, escuchó una de las puertas abrirse y como un acto reflejo volteó a ver. Una pareja venía saliendo del laboratorio. El hombre era alto, atractivo de porte impecable y elegante, lo cual reflejaba su estatus social. “Debe tratarse de algún empresario importante” pensó ella. A su lado, una mujer rubia, alta, delgada, hermosa y muy glamorosa, sujetaba su brazo. “Parece una modelo de revista de moda” suspiró. Ambos voltearon a verla de manera simultánea. La mujer susurró algo al oído de su acompañante y este asintió levemente. Isabella bajó la mirada, se sentía incómoda en aquel lugar e intimidada por aquella pareja. Por un momento experimentó la sensación de estar siendo juzgada como si fuese una prisionera que aguardaba por la sentencia de un crimen que aún no había cometido; el de alquilar su vientre. La mujer tomó asiento en el sofá de dos puestos, el hombre desabotonó el ojal de su chaqueta y se sentó junto a ella. Ambos conversaron en voz baja sin que Isabella alcanzará a oír lo que decían. —Debe ser ella —murmuró la pelirrubia. —Sí, posiblemente. Por lo menos es puntual. —sonrió él con ironía. —No veo que sea tan bonita —refirió ella, entonces. —Siempre piensas en lo mismo. —El tono de su voz se tornó hostil. —Si va a ser mi hijo, debería ser hermoso ¿no? —replicó ella. —Lo sería, si dejaras de un lado tu deseo de mantenerte bien físicamente y te embarazaras. —¿Te has vuelto loco? Soy una modelo de prestigio y muy cotizada. Por nada, ni nadie —hizo hincapié— pienso engordar, llenarme de estrías y celulitis. —replicó. —Entonces deja ya de criticarla. Ha sido la única que se presentó para la entrevista y será ella quien lleve a mi hijo. —espetó— Así que deja de juzgarla por su belleza y no continúes mirándola de esa forma. —advirtió. —Querrás decir nuestro hijo —corrigió ella. Una segunda puerta se abrió y se escuchó la voz de la enfermera diciendo: —Señora Ferri, puede pasar. —Isabella alzó la vista y su mirada se cruzó fugazmente con la de aquel hombre. Se puso de pie y caminó hacia la puerta del laboratorio. Aunque intentaba parecer tranquila, las piernas le temblaban de forma involuntaria. Levantó el rostro sin miedo a lo que pudiera pensar aquella pareja. Dentro de ella, había algo más importante que ser juzgada o criticada por ambos: el deseo de salvar a su hijo. La pelicastaña empujó la puerta y entró a la fría habitación. La enfermera tomó el kit de cirugía y se lo entregó. —Colóquese esto y pase a la otra sala. El médico la espera. —indicó la mujer con voz firme. Isabella tomó el kit, se dirigió al baño, entró y comenzó a desvestirse. Segundos después salió. Caminó hasta la sala, la cual estaba apenas separada del resto de la habitación por un biombo de lona blanca. —Buenos días, doctor —dijo acercándose a la camilla ginecológica. La pelicastaña apoyó sus manos temblorosas y subió el escalón portátil hasta lograr sentarse. —Puede acostarse —ordenó el médico mientras terminaba de colocarse los guantes de látex— Será un procedimiento breve, tan sencillo como una revisión de rutina. Isabella asintió levemente, sólo quería salir pronto de aquello, recibir su pago y volver al hospital para iniciar los trámites de la operación de su hijo. El médico continuó explicando, mientras ella se acostaba en la camilla, separaba sus piernas y se preparaba mentalmente para lo que estaba por suceder: —Introduciré esto a través de su vagina y luego depositaré la muestra espermática directamente dentro de su útero. ¿De acuerdo? —¡Sí! —contestó ella. —Bien… ahora respire y relájese para que todo sea sencillo. La pelicastaña obedeció, cerró sus ojos y se dedicó a respirar suave y lentamente. El médico introdujo el espéculo para mantener el canal vaginal abierto y luego introducir el catéter. Isabella sintió una presión fría y un tanto molesta. Su cuerpo se tensó, mientras el tubo delgado y flexible, atravesaba el cuello de su útero. —Relájese, señora Ferri. —repitió él médico al ver la tensión en sus muslos. Isabella respiró profundo y relajó sus músculos pélvicos. Minutos después, el médico retiró el catéter y el espéculo. —Eso es todo. —dijo el hombre.— Ahora debe permanecer 15 minutos acostada. Ya luego podrá retirarse a su casa. Isabella sintió una ligera sensación de alivio que no sólo era física, sino emocional. Finalmente obtendría el dinero para la operación de Fabián. Luego de cumplir con el tiempo requerido, Isabella se incorporó lentamente, fue hasta el baño para cambiarse y regresó con el doctor. —Tenga. —dijo entregándole la hoja con las indicaciones—, aquí tiene las instrucciones que deberá seguir durante las primeras 72 horas. No necesita de reposo absoluto, aunque es importante que evite hacer esfuerzos físicos intensos como levantar peso, hacer ejercicio o… —Hizo una pausa breve, luego con voz enfática y un tono sarcástico, añadió:— tener relaciones sexuales. —No se preocupe, doctor. Eso es lo de menos —respondió ella ante su última y explícita observación. El médico mostró una sonrisa ladeada y condenatoria. —Si usted lo dice, señora. Isabella salió del consultorio y, apenas dio unos pasos, sintió una punzada en el vientre que la obligó a detenerse. Se llevó una mano al abdomen, intentando disimular el malestar. De pronto, sintió que unas manos firmes la sostenían. Aquel roce sutil, los dedos aferrándose con delicadeza a su cintura, la estremecieron por completo. —¿Se siente bien? —preguntó el hombre de voz grave y mirada profunda.






