Cuando Isabella se encontró con aquel anuncio en una página de sus redes sociales, sus ojos se llenaron de asombro y su corazón latió con tanta fuerza que sintió como si fuera a salirse de su pecho. Había pasado toda la noche anterior orando, suplicando por una respuestas, ansiando una señal que le permitiera resolver su difícil situación. Y allí, de forma inesperada, frente a sus ojos, estaba la respuesta que tanto había anhelado. Una señal divina que llenaba de esperanza su acongojada alma. Con manos temblorosas, anotó aquel número telefónico en un trozo de servilleta y con rapidez lo guardó en el bolsillo de la chaqueta de su uniforme de camarera. —Isabella, date prisa —Le gritó su compañera desde el pasillo, mientras ella terminaba de tender las sábanas.— Aún nos faltan tres habitaciones. —recalcó. —Sí, ya voy, ya voy —contestó la pelicastaña visiblemente agitada. Salió de la habitación con paso apresurado, tenía que desocuparse lo antes posible para poder realizar aquel
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