En letras pequeñas

—Sí, sí no es nada —respondió ella apartándolo.— Estoy bien, gracias.

El sonido de unos tacones resonando en el pasillo los obligó a girar el rostro. Bastó apenas una mirada fría de aquella mujer para que Isabella retrocediera un par de pasos y se apartara de él.

Valeria se dirigió hacia su marido.

—¿Qué se supone que estás haciendo Ignacio Montenegro? —preguntó con firmeza.

—Sólo intentaba ayudarla. —murmuró él— No se siente bien.

Isabella iba a intervenir en la conversación cuando oyó que la llamaban desde la administración.

—Señora Isabella Ferri, puede pasar por la administración —dijo la recepcionista.

La pelicastaña alzó la mirada y se dirigió hacia la tercera puerta.

Apenas entró a la oficina, Ignacio tomó a Valeria de brazo y se alejó un poco.

—Creo que podrías tener un poco de tacto, no lo crees —cuestionó él.— acaba de someterse a un procedimiento médico y como siempre vienes a incomodar con tus comentarios impertinentes.

Valeria sonrió levemente. Realmente la opinión de su marido era irrelevante para ella.

—Deja ya los sentimentalismos Ignacio. Esa mujer debe estar acostumbrada a esto. —espetó la rubia— Hablas de que yo soy una mujer superficial porque cuido mi apariencia física, pero defiendes y te pones de lado de una desconocida que es capaz de vender su cuerpo sólo para obtener dinero.

Por primera vez, Ignacio quedó desarmado frente a las palabras de Valeria. No tenía argumentos para rebatir aquella verdad. Su mujer, esta vez tenía toda la razón. Aquella desconocida era capaz de alquilar su cuerpo, y todo… por dinero.

Mientras la pareja discutía sobre la actitud fría y arrogante de Valeria, Isabella abrió la puerta y entró a la oficina.

—Buenas tardes —dijo en tono suave, tomando asiento frente a la administradora.

—Buenas tardes señora Ferri.—dijo la mujer de uniforme azul oscuro mientras arrastraba sobre la mesa la carpeta de plástico que contenía el contrato.

—¿Qué se supone que es esto? —preguntó confundida.

—Debe firmar aquí —respondió cruzando los dedos de las manos.— El pago se hará en dos partes. Una primera al momento de efectuarse el procedimiento de IA y la segunda, un mes después al corroborar que realmente está usted embarazada.

—¿Qué está diciendo? —replicó Isabella con asombro.— Necesito el dinero completo.

—Lo siento pero es imposible. No podemos correr el riesgo de perder una inversión monetaria tan elevada y que luego la contratada se desentienda. Además son normas de la empresa. —aseveró.

—No fue eso lo que me dijo la persona que me citó a la entrevista.

—Debió pasar previamente por aquí, señora. —contestó con hostilidad la administradora.

Isabella sintió que el mundo se derrumbaba bajo sus pies. No podía esperar un mes, la vida de su hijo, estaba en riesgo.

—Necesito ese dinero —suplicó entonces— Soy una mujer honrada y trabajadora, puedo incluso hipotecar mi apartamento… Vine porque mi hijo necesita ser operado con urgencia.

La mujer se cruzó de brazos y suspiró de forma displicente.

—Esto no es una organización de beneficencia pública, señora —espetó— ¡Es una empresa! Usted debe aceptar las normas y ya.

La pelicastaña tragó en seco, conteniendo las ganas de llorar, fingiendo ser fuerte aunque por dentro estaba destruida. No esperaba tener que pasar por ello. Lo peor de todo era que aquella mujer tenía la razón. Debió pasar primero por la administración, firmar aquel contrato y luego realizarse el procedimiento. Pero ya era algo tarde. Estaba tan angustiada y ansiosa que no pensó en nada. Sólo quería salvarle la vida a su hijo.

¿Quién podría juzgarla por ello?

Isabella se llenó de frustración, estaba temblando de miedo y se sentía impotente. Sabía que ni con sus súplicas, ni con su llanto, resolvería nada. Aquella mujer realmente se mostraba indolente ante a su desesperación.

Mientras tanto, afuera en el pasillo, Valeria recibió una video llamada de su manager.

—Debo atender. —dijo buscando un lugar en el que pudiera hablar sin problemas.

Ignacio negó con su cabeza, le dio la espalda a su mujer y caminó hacia la sala. De pronto, oyó voces muy altas que provenían justo de la oficina donde ella, la mujer que le alquilaba su vientre, acababa de entrar minutos atrás.

¿Están discutiendo por dinero? ¿Acaso piensa que es poco? Pensó él, recordando las palabras de Valeria “una desconocida que es capaz de vender su cuerpo para obtener dinero”

En ese momento, sintió que la rabia lo invadía, y llevado por un impulso, Ignacio empujó la puerta y sin dudarlo irrumpió en la oficina.

—¿Qué rayos está sucediendo aquí? —preguntó en tono hostil.

Isabella se sobresaltó al reconocer su voz. Aún así, no se giró para verlo. No deseaba que un extraño la viera llorar ni mucho menos sintiéndose vulnerable.

—Señor Montenegro, está mujer exige que se le dé el pago completo sin cumplir con lo que establece el contrato. —habló la administradora.

—Sólo le estoy pidiendo una excepción —respondió ella apretando los dientes y con un nudo en la garganta.

Ignacio caminó despacio hasta colocarse al lado del escritorio. Apoyó ambas manos sobre la superficie de madera pulida y la miró con una frialdad que la hizo estremecer.

—Usted debe cumplir con la cláusula si desea recibir su pago. —dijo en un tono amenazante.

Isabella levantó la mirada apenas un instante, buscando en su rostro algún rastro de humanidad, pero solo encontró dureza y frialdad. Con un gesto brusco, rodó hacia atrás la silla en la que estaba sentada y se levantó de forma abrupta.

—No se meta en esto. —espetó— Yo estoy cumpliendo con mi parte. —añadió.

—¡A mí nadie me habla de esa manera! —dijo sujetándola del brazo con tal fuerza que Isabella sintió cómo los dedos se le hundían en la piel.

—¡No me toque! —gritó, liberándose de su agarre con un movimiento brusco. Se llevó la mano al brazo, masajeándolo con rabia mientras su mirada reflejaba desprecio hacia aquel hombre.

La administradora, al notar el tono desafiante de Isabella, consciente de que la situación podía salirse de control, intervino con voz firme dejando ver de qué lado estaba.

—Le exijo respeto para el señor Montenegro. Él es quien está contratando sus servicios. Sino fuera por él, usted ni siquiera estuviera aquí. —esgrimió— Por lo menos debería ser agradecida.

—Quienes deberían ser agradecidos son ustedes, la empresa y este señor. Yo estoy dándole la oportunidad de que usted venda sus servicios a este hombre y de que este señor —dijo en tono sarcástico:— pueda ser padre.

En ese instante, Valeria ingresó a la oficina.

—¿Le dijiste que somos los padres del bebé? —cuestionó la rubia quien apenas alcanzó a oír la última frase.

—¡No! —gruñó Ignacio sabiendo las razones por las cuales preguntaba en tono de reclamo.

Aunque Isabella quiso defenderse, las palabras no salieron de su boca. Sentía un nudo en la garganta que le impedía hablar.

—Señora Ferri, firme de una vez. —habló la administradora— No complique las cosas. Asuma su responsabilidad. Debió firmar el contrato antes de realizarse el procedimiento. —insistió.

Ella ocultó la mirada, sabía que tenía la razón. Todo era su culpa.

Con lágrima en los ojos, el corazón destrozado, y frente a la mirada fría y cruel de los tres, Isabella firmó el documento.

—Ve que fue fácil —La administradora sonrió, sintiéndose triunfante. —En seguida le haremos una transferencia en su cuenta bancaria con la primera parte del pago.

Apenas recibió la copia de aquel contrato, Isabella salió de la oficina echa un mar de llanto. Cuando finalmente creía que había logrado alcanzar la esperanza, la realidad volvió a arrebatarle el aliento.

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