Gianna despertó en un remolino de confusión. El frío del suelo metálico de la camioneta se sentía áspero contra su mejilla mientras las vibraciones del vehículo resonaban en sus oídos.
Intentó mover el cuerpo, pero estaba agotada, sus músculos parecían de plomo. Optó por quedarse inmóvil, su mente luchando por desentrañar qué había sucedido.
Y entonces lo recordó.
Esos ojos azules idénticos a los suyos, llenos de una intensidad aterradora.
«Fue ella todo el tiempo», pensó Gianna, mientras un atisbo de energía le permitía levantar un poco la cabeza. Desde su posición, logró ver una ventanilla que daba al asiento delantero.
—Está despertando —dijo una mujer al volante, con un tono de alarma.
—Tendremos que volver a sedarla —respondió alguien desde el asiento del copiloto.
—Cornelia dijo que con una inyección sería suficiente.
—Pues evidentemente no es así, porque está…
Un estruendo sacudió el techo de la camioneta. Las mujeres soltaron un grito al unísono.
—¡¿Qué fue eso?! —chilló la co