Elizabeth no regresó a la casa de su marido, en cuanto salió de la empresa se dirigió al hogar de su familia.
Necesitaba a su madre a su lado en ese instante.
Cuando la tuvo de frente supuso que su estado no era el mejor, porque su madre se levantó enseguida y se apresuró a abrazarla.
—¿Qué te ocurre, pequeñita?
En aquella casa nunca la tratarían como a una adulta responsable, pero en aquel instante poco le importó.
Necesitaba de ese cariño y de ese amor tan incondicional.
—Me engañó, mamá, ocurrió de nuevo —fue lo único que logró decir antes de abrazarse a ella y comenzar a llorar.
Su madre intentó consolarla mientras le decía palabras de aliento, pero nada de lo que pronunciaba era capaz de quitarle ese dolor que sentía.
Horas después, más calmada y con el teléfono apagado tras recibir un sinfín de llamadas de Roger, se encontraba junto a su padre a la espera de recibir uno de sus sabios consejos.
Si era sincera consigo misma deseaba que le dijera que había actuado de forma despropo