Samanta
El silencio de la biblioteca era casi terapéutico.
El sonido de las páginas al pasar y el tecleo lejano de algún estudiante concentrado me ayudaban a mantener la mente ocupada, a no pensar demasiado. Había estado repasando mis apuntes durante la última hora, intentando distraerme de todo lo ocurrido en los últimos días.
—¿Sam?
Levanté la vista y sentí un vuelco en el estómago. Robert estaba frente a mí, con el rostro relajado, aunque sus ojos tenían ese brillo tenso que me resultaba tan familiar. Como si estuviera preocupado por algo que yo no podía entender.
—Hola, Robert —murmuré, intentando sonar natural. Cerré mi cuaderno—. No sabía que vendrías.
—Pasaba cerca —respondió él encogiéndose de hombros, como si fuera casualidad—. Te vi por fuera y quise hablar contigo un momento.
Asentí, guardando mis cosas con calma para salir al pasillo. No quería que los demás nos escucharan. Caminamos en silencio hasta una mesa vacía cerca de la salida.
—Sobre lo que hablamos el otro día…