Bernardo estaba furioso.
Sus pasos resonaban pesadamente en el pasillo mientras maldecía entre dientes.
Elinor, desesperada, había acudido a él en busca de ayuda, pero su respuesta fue tajante y cruel.
—Si vuelves a nombrarme, Elinor, te arrepentirás de haberme conocido.
Elinor retrocedió, temblando.
Su miedo era palpable, y con un movimiento torpe, recogió sus cosas y escapó. No podía arriesgarse a enfrentarlo de nuevo.
Sin embargo, su breve encuentro con Bernardo fue suficiente para cambiar el rumbo de los acontecimientos.
Un hombre con porte discreto se acercó a Bernardo y le entregó un teléfono móvil.
—Aquí está, señor. Las fotografías que pidió están almacenadas en un álbum oculto del teléfono. Nadie podrá verlas a simple vista.
Bernardo sonrió con una satisfacción perversa y tomó el teléfono.
Se dirigió hacia Mora, quien, ajena a la situación, hablaba con unos colegas.
Se inclinó y colocó el dispositivo en el suelo frente a ella.
—Mora, ¿podemos hablar un momento? —preguntó, con