Pronto, todos visitaron al nuevo bebé y a la hermosa mamá.
La habitación del hospital estaba llena de risas, susurros emocionados y miradas de ternura.
Suzy abrazó a su hija con lágrimas en los ojos mientras Franco sujetaba a Florecita para que pudiera besar la frente de su hermanito.
Más tarde, en los cuneros, Franco y Dylan observaban al pequeño a través del cristal. La cálida luz bañaba al recién nacido, destacando su fragilidad y perfección.
—Es un pequeño hermoso —comentó Franco, con una sonrisa orgullosa—. Igual que tu esposa e hija. Porque si saliera a ti, sería feo.
Dylan soltó una carcajada.
—Eres un bobo. —Sacudió la cabeza, pero sus ojos no podían despegarse del bebé. La escena lo llenaba de una paz que hacía tiempo no sentía—. Soy feliz, ¿y cómo va todo con Máximo?
Dylan tomó aire, su sonrisa adquirió un matiz más suave.
Sus ojos, llenos de emociones encontradas, brillaron con una mezcla de esperanza y melancolía.
—No lo sé —admitió, con sinceridad—. Pero soy feliz de tener