—¡Darrel! Ven ahora mismo conmigo —sentenció Dylan con una voz firme, pero no carente de cariño.
Darrel frunció el ceño, desconcertado. Estaba a punto de obedecer cuando Máximo, el hombre que tanto resentía, lo detuvo con una mano temblorosa.
—Hijo… —murmuró Máximo, su voz cargada de años de culpa y arrepentimiento.
Darrel apartó su brazo bruscamente.
—No me llames, hijo —respondió con dureza, su mirada llena de reproche.
Máximo tragó saliva, el peso de sus errores estaban cayendo sobre él como una losa.
—Lo sé, tienes razón. No soy digno de llamarme tu abuelo, ni siquiera de ser el padre de Dylan. He fallado tanto… —su voz se quebró, y las lágrimas que había contenido durante décadas finalmente cayeron—. Pero si pudiera volver el tiempo atrás, si pudiera deshacer todo el daño que causé, lo haría sin dudar.
Las palabras de Máximo golpearon a Darrel como un balde de agua fría.
Su máscara de valentía se desmoronó al ver a aquel hombre, que siempre imaginó como un villano indomable, derru