Al día siguiente, Marella abrió los ojos y se removió entre las sábanas, sintiendo un intenso dolor de cabeza. Su cuerpo estaba débil, y al mirar a su alrededor, el techo blanco y el estilo minimalista del cuarto casi le hicieron pensar que estaba en el hospital.
«¿Dónde estoy?», pensó, confusa.
De pronto, los recuerdos de la noche anterior la golpearon: ¡aquel abogado repugnante! Marella se enderezó de un salto y levantó la sábana que la cubría, mirando su cuerpo semidesnudo. El miedo se apoderó de ella; la posibilidad de haber sido abusada por un hombre tan despreciable la hizo sentir una mezcla de rabia y terror. Entonces, una figura masculina salió del cuarto de baño.
Dylan Aragón apareció con el torso descubierto, su camisa abierta dejando ver su musculoso torso y abdominales perfectamente definidos. Marella lo miró, sorprendida, y rápidamente se cubrió con la sábana.
—¡Señor Aragón! —gritó, abrumada.
Dylan esbozó una pequeña sonrisa burlona mientras abotonaba su camisa y ajustaba