Haría mi jugada maestra, solo necesitaba conseguir la oportunidad perfecta. Una que Alexander no pudiera detener.
—Parece que el cerebro te está humeando. ¿Ya estás planeando tu próximo movimiento maestro? —Me sobresalté al escuchar aquellas voz grave y masculina.
Me giré, mirando la puerta, donde estaba apoyado, observándome sin expresión alguna.
¿Cómo podía hacer un “chiste” con aquel rostro inexpresivo?
Dejé el teléfono como si me hubiera quemado. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí observándome? ¿Había escuchado algo?
Avanzó en mi dirección con su traje impecable y su actitud de dueño del mundo.
—Bueno, ¿cuál es? ¿Otra huelga de hambre? ¿Encerrarte en el baño esta vez? Estoy ansioso por saberlo.
Me sequé disimuladamente las lágrimas con el dorso de la mano y levanté la barbilla, intentando imitar su seguridad. Iba a responderle, cuando tomó mi rostro entre sus manos. Su mirada se oscureció.
—¿Estás llorando por él? —Su tono era bajo, pero pude distinguir la molestia en su voz—