Me rasqué la cabeza, una y otra vez. No porque tuviera piojos, ni siquiera porque me pícara. Estaba tratando que las ideas y los planes macabros entrarán a mi cabeza, de una u otra forma.
Nunca había tenido que pensar tanto en mi vida. Toda mi existencia se había reducido a obedecer. Primero se mi padre, después a Alexander. Y por primera vez, me habían dejado las tiendas sueltas. Bueno… Medio sueltas.
Y por alguna razón, mi corazón latía con fuerza cada vez que lo pensaba. Por los momentos no sabía que hacer, pero lo descubriría. Saber que tenía el control, era satisfactorio. Más de lo que pensé.
Aunque aún así, era un pequeño engaño de libertad y control. Aún tenía que obedecer y se quien rendirle cuentas. Por ejemplo, al horrible monstruo al que estaba llamando ahora para darles las buenas noticias. Al menos, así lo podría apaciguar momentáneamente.
—¿Qué? ¿Ya solucionaste el problema? ¿Westwood está volviendo a inyectar capital? —dijo mi padre al primer timbrazo. No le imp