••Narra Federico••
—Esa maldita perra —Me sobé la mejilla, tratando de calmar el dolor palpitante—. Me pegó esa tabla con todas sus fuerzas. No me interesa lo que me diga Marcos, le romperé los dientes antes de entregarla.
Hubiese ido tras ella yo mismo, solo para divertirme cazándola, pero aún no me había recuperado por completo de la paliza que me dieron esos dos infelices. Los huesos de mi mano aún se estaban recuperando. Podía sentirlo al soldarse.
Ese nuevo valor que poseía era irritante. Solo era una mujer, pero se creía importante, como si valiera algo. Claro, como Westwood le gustaba su vagina, se pensaba que era intocable.
Conmigo jamás se comportó de esa manera. Sabía cuándo callar, cuando bajar la cabeza. Pero con Westwood… La había mal acostumbrado y mimado. Ese hombre no tenía carácter. Desde un principio debió enseñarle cual era su lugar.
Apenas que los matones que contraté la trajeran devuelta, le enseñaría una lección. La educaría para que no se complete de esa