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Había venido para usarla, la herramienta perfecta para cortar el primer eslabón de la cadena que lo retenía prisionero del dolor y la soledad.

¿Y después qué?

Se dio cuenta contrariado de que nunca se había detenido a pensar qué pasaría después de estar con C. Qué le pasaría a ella.

Y también comprendió que no sería menos cruel o egoísta por no hacer lo que había venido a hacer.

Así que besó su pelo. C ya no lloraba. Se había abandonado en sus brazos como antes se había abandonado a sus palabras y sus oídos. Se apoyaba en él, se dejaba sostener, limitándose a respirar. Tan superada por tantas emociones, que lo que Stu tenía entre sus brazos era como un cascarón vacío e inmensamente frágil, sin más alternativa que confiar en que él no la destrozaría. Incapaz de evitarlo si él decidía hacerlo.

—Vamos a dormir, nena —le dijo—. Ha sido un día agotador para los dos.

Ella asintió contra su pecho, sin moverse hasta que él se apartó de la b

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