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—Oye, Nahuel, ¿puedo robarme a tu madre?

Creo que Nahuel tardó un milisegundo entero en asentir con un cabeceo contundente.

—¡Toda tuya! —exclamó.

Opté por juntar mis cosas en vez de hacerle un escándalo por su falta de celo.

—Te veo para el desayuno —le dije, besándole la frente.

Su cara era un manifiesto contra levantarse temprano un sábado a la mañana para volver a casa. Como venganza por su desinterés por mi destino, omití decirle que no precisaría madrugar tanto porque desayunaríamos juntos en el hotel.

Me acerqué a saludar a los chicos y te escuché decirle: —Mis niñas esperan que las llamemos mañana por la tarde, ¿qué dices?

Vi de reojo la sonrisa que iluminó la cara de mi hijo. —¡Excelente!

—¿Tu hijo conoce a los de él? —preguntó Laurita en voz baja.

Asentí con gesto cansado, sintiendo que el agotamiento emocional de esa noche me licuaba todos los músculos. Iba a llegar a la puerta del bar a rastras.

—Todo

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