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Al día siguiente fue el peor ensayo desde que armáramos la banda. Jero, Beto y yo estábamos absolutamente desmotivados. Nuestras canciones estaban compuestas y arregladas para dos guitarras, y con mis dedos de madera no había forma de cubrir o eliminar la parte de Martín, menos sin teclados. A la hora colgué la guitarra y me fui a fumar al área común de la sala de ensayos en Flores, masticando mi bronca.

El silencio y la ausencia de Martín pesaban en un sentido diferente ese día: volvía a convertirse en una cuestión de orgullo. Quería encontrar un guitarrista para reemplazarlo cuanto antes. Quería que siguiéramos adelante, que su alejamiento no significara más que un contratiempo momentáneo.

Contemplamos la opción de contratar un sesionista para confirmar la fecha a fin de mes como yo quería. Ser capaces de presentarnos en vivo, sin él, tan pronto, sería la mejor de las revanchas.

Nadie es imprescindible ni irreemplazable.

Él tampoco.

Hecha a la id

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