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Sonaba estúpido, egoísta, infantil, arrogante. Stu lo sabía, pero la calma de C lo sacaba de quicio. Necesitaba que ella actuara acorde a lo que decía y sentía, para tener oportunidad de expresar cómo se sentía él realmente. Para decirle que no quería perderla, que la quería tanto o más que siempre. Pero C había levantado un muro entre ellos para esconderse y protegerse. Y él no podía hablarle desde su corazón a una pared.

Y cuando decidió que tenía que intentarlo a pesar de todo, sonó el teléfono de la habitación de C. Ella le indicó que aguardara y se volteó en la cama para estirarse y atender. La camiseta resbaló por encima de sus muslos. Los ojos de Stu la recorrieron, sus piernas, su piel suave y siempre tibia para él. Por primera vez se le ocurrió que quizás nunca volviera a verla así. Que quizás nunca volviera a acariciarla, a hacerle el amor, a encontrar en ella la comprensión, la compañía, el sosiego que él siempre necesitaba tanto. Pero no, no era posible que…

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