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Toda su mano se movía para acariciarla, guiándola contra sus caderas y su ingle, que tironeaba en los jeans, reclamando más atención. Pero se contuvo. No, aún no, quería disfrutarla así un poco más. Para alejar la tentación al menos un par de centímetros, la mano en su entrepierna se movió con delicadeza, haciéndola girar hasta quedar de perfil. Y su otra mano dejó el pecho de C para sujetarle apenas el mentón y llevarla a volver a enfrentar el espejo. La hizo apoyar ambas manos juntas en el marco de la puerta, su mano todavía moviéndose entre las piernas apenas separadas. Su otra mano viajó por el brazo flexionado, cubrió el hombro por un instante y siguió la línea de la espalda más allá de la cintura.

Recordó alzar la vista y miró con ella cómo su mano alzaba la parte de atrás de la camiseta y acariciaba el encaje sobre la piel tan blanca. Su otra mano la llevó a acompañar la caricia. El cuerpo de C era tibio y dócil entre sus manos, invitante. Deslizó sus dedos bajo el enc

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