Ray nos esperaba en la sala de control con Ashley, los chicos ya estaban aprontando sus instrumentos.
—Ven a tocar con nosotros, Stu —te dijo Ray, y me dedicó una sonrisita cómplice—. Jamás lo admitirá, pero que me den si no muere por hacerlo.
Me volví hacia vos a punto de palmotear de alegría.
—Seguro, ¿por qué no? —aceptaste—. ¿Tienen una guitarra más, letras, algo que pueda hacer?
—¡Claro que sí! —exclamé entusiasmada.
—Ven, busquemos una guitarra para ti. Adelántate, C.
—¡Sí, mi capitán!
Los chicos ya sabían que Mario no venía, y cuando les comenté que íbamos a tener invitados, no ocultaron su incredulidad.
—¿Y qué vamos a tocar? —objetó Beto—. No sabemos más que tres o cuatro de sus canciones.
—Toquemos lo de siempre. Ellos se saben nuestras canciones de memoria.
—¿En serio? —exclamó Elo.
—Estaría bueno grabarlo —comentó Jero.
Me volví hacia la sala de control y los vi a vos y a Ray hablando con