Me sujetaste la cara, instándome a enfrentarte, y volviste a alzar las caderas al tiempo que tu pulgar acariciaba mis labios resecos. Mis terminaciones nerviosas estaban al borde de la combustión espontánea cuando encontré tus ojos. Tardé un momento en darme cuenta de que volvía a moverme por las mías, y tus manos y tus caderas me seguían, me empujaban, amplificando lo que sentía.
Ya no logré volver a detenerme. Tu cara se borroneó en el calor que me envolvía, ahogándome en el vértigo, tus ojos fijos en mí lo único claro en las sombras. El fuego trepó desde mi vientre crispado a incendiar mi pecho, incapaz de respirar en ese instante cegador de éxtasis.
De la nada aparecieron tus brazos a ceñir mi espalda y guiarme con dulzura a tu pecho, donde me derrumbé temblando de pies a cabeza. Tus labios rozaron mi mejilla, estrechándome y sosteniéndome. Otra punzada quemante contrajo mi vientre cuando volviste a moverte. Yo luchaba por respirar, ni soñar con ser capaz de pedirt