Apoyé ambas manos en tus mejillas y me puse en puntas de pie. Se te escapó otro suspiro agitado cuando besé tus ojos y me estrechaste con todas tus fuerzas. Te acaricié el pelo mientras apoyabas la frente en mi hombro, respirando hondo para serenarte.
Sentí que ya estaba bien de confesiones dramáticas. Lo dicho, dicho estaba. Era hora de cambiar de tema. Bien, al fin una metáfora entre tantas declaraciones brutalmente concretas. Porque lo que menos me interesaba en ese momento era seguir hablando. Como bien dijeras esa tarde, ya nos habíamos pasado meses hablando.
Logré bajarme del banquito y guiarte con suavidad a apoyarte en el que estaba justo atrás tuyo. Alzaste la vista, el ceño un poco fruncido como preguntando qué pasaba. Te besé por respuesta.
Tus manos resbalaron a mi cintura sin ejercer ninguna presión, dejándome hacer. Las cubrí con mis propias manos, que resbalaron hacia arriba. Logré separar mis labios de los tuyos cuando mis manos alcanzar