Desde el punto de vista de Zoey, debía de sentirse devastada y llena de celos. Rubí lo comprendió de pronto: el verdadero problema de Zoey era su ambición desmedida, ese deseo insaciable de apropiarse de todo lo que no le pertenecía. Y su madre… era aún más maliciosa, capaz de haber puesto en peligro la vida de Rubí y de Leonardo.
—Mamá, ahora que estoy de regreso, no debes preocuparte tanto. Todo saldrá bien. Como dijiste, él es mi padre biológico. Cuando regrese a casa y la familia se reúna, poco a poco lo entenderá. Pero ahora debemos esperar y ser pacientes —dijo Rubí con tono firme, mirándola a los ojos—. No debes exponerte.
Sabrina asintió.
—Lo sé. Durante años me di por vencida, pero ahora que has vuelto, quiero mantenerme firme. Lucharé con todas mis fuerzas. Quiero proteger a mis hijos.
Rubí observó cómo en el rostro de su madre regresaba aquella serenidad elegante y esa fuerza dormida. Solo entonces se sintió en paz. Cuando el amor maternal despertaba, una madre podía ser in