—Voy a buscar la comida —dijo Rubí, levantándose con naturalidad.
Marcus la siguió con la mirada mientras se alejaba. Sus ojos no se apartaban de ella ni por un instante, como si su sombra se hubiera unido a la suya. Esa noche... ya no había dudas. Era ella. La mujer que había estado buscando todo este tiempo. El destino, por fin, le devolvía lo que le pertenecía.
Gracias a Dios... es ella.
Por primera vez en mucho tiempo, Marcus sintió que algo dentro de él se asentaba. Esa mujer, que una vez creyó una trampa del azar, resultó ser suya desde el principio. Y ahora que lo sabía, no pensaba dejarla ir. La protegería, la cuidaría... la adoraría.
Rubí volvió con la cena. Repartió con cuidado las papas y la sopa antes de servir la mesa. Comenzaron a comer, pero no tardó en notar una incomodidad que crecía con cada minuto. Tenía la sensación de que la estaban observando... demasiado.
A mitad de la comida, soltó el tenedor con un leve chasquido.
—¿Por qué me están mirando así los dos? —pregu