Rubí arrugó el entrecejo.
—¿Y entonces qué hago?
—¿Quieres que te prepare avena para calmarlo? —sugirió Marcus.
Ella negó de inmediato. La idea de comer avena le resultaba insoportable.
—No… quiero helado.
—¿Helado? —Marcus se quedó paralizado, incrédulo—. El médico dijo que evitaras alimentos crudos y fríos.
Rubí hizo un puchero y le rogó con voz suave:
—Pero mi mamá siempre dice que, si una embarazada no come lo que se le antoja, el bebé puede nacer con los ojos de distinto tamaño. Solo un poco, ¿sí? El estómago me arde y quiero apagarlo con el helado.
—Aún estás sangrando —replicó Marcus con firmeza—. No es conveniente comer helado ahora. Sé buena, espera hasta que te den el alta.
—El médico no dijo que no pudiera comer nada, solo que lo hiciera con moderación. ¡Te lo ruego, esposo querido! —dijo Rubí, haciendo un puchero adorable que casi lo derritió.
Marcus dudó un instante. Finalmente suspiró y asintió:
—Está bien… pero solo si primero comes avena. Y del helado, muy poco.
Los oj