Marcus contuvo la risa. La escena era absurda: una mujer hecha y derecha, actuando como una niña malcriada. Pero, lejos de parecerle molesto, la encontraba terriblemente adorable.
Sonrió con ternura, intentando no soltar una carcajada.
—Está bien, lo admito, no volveré a quitártelo. Pero ven y bebe esto. Le pedí a Gavin que lo trajera especialmente para calentar tu estómago después del helado.
Rubí parpadeó, sorprendida, y giró la cabeza. Marcus estaba de pie junto a la cama, con una taza blanca en la mano.
Un hombre tan noble como él, rebajándose a cuidarla de esa manera… aquello la conmovió y la hizo sentir un poco avergonzada. Aun así, no cedió de inmediato; infló las mejillas y preguntó con un puchero:
—¿Qué es?
Marcus le tendió la taza con calma.
—Té de canela, dátiles rojos y jengibre. Sirve para aliviar los calambres estomacales y la sensación de ardor. Acabas de comer tanto helado que necesitas equilibrar tu cuerpo.
Rubí dudó un segundo, luego aceptó la taza.
—Está bien… —murm