—Antes no era así. Pero… ¿alguna vez te has preguntado por qué cambié? —preguntó Rubí con una risa cargada de frialdad.
Eva se quedó paralizada, sin palabras. No podía contradecirla.
Rubí soltó una breve carcajada irónica. Alzó la mirada, clavando sus ojos en los de Eva. Una sonrisa amarga se dibujó en su rostro mientras decía con voz contenida:
—Mamá, si te dijera que fue ella quien me golpeó primero y que yo solo me defendí… ¿me creerías?
Eva, inteligente como era, no tardó en captar la burla y el resentimiento en la mirada de su hija. Y ahora que dependían de Rubí, tenía miedo de provocarla. La observó en silencio durante varios segundos, respiró hondo y finalmente dijo con tono serio:
—Rubí, mamá cree que solo perdiste el control por un momento… Tal vez te excediste un poco.
Ver a Eva tan cuidadosa con sus palabras hizo que Rubí sintiera cómo algo helado se alojaba en su pecho. Un dolor silencioso le caló hasta lo más profundo.
Al final, su madre no confiaba en ella.
—Dejémoslo a