Dan, sin entender su inquietud, resopló con desdén:
—¿Miedo? ¿A qué debería temer? Rubí, eres hermosa, amable y joven. Cualquier hombre querría estar contigo. No deberías tener miedo.
Rubí sintió un nudo en la garganta. Estaba conmovida y angustiada al mismo tiempo. Forzó una sonrisa amarga y aclaró:
—Dan, no me refería a eso… Hablo de la familia Maxwell. Después de todo, él es Marcus Maxwell.
—No me importa quién sea —replicó Dan con dureza—. No tiene derecho a intimidarte. Y sí, quizá no sea bueno para muchas cosas, pero golpear a mujeriegos como él… eso se me da muy bien.
Rubí negó con la cabeza.
—Olvídalo, Dan. No iré por ahora. Solicitaré el divorcio en unos días. Y si ya tiene una novia, ¿qué me importa a mí?
El tono desconsolado de Rubí le reveló a Dan que, en el fondo, ella aún lo quería. Si no, no estaría tan dolida. Rechinó los dientes y suspiró:
—Está bien, pero recuerda algo: no puedes dejar que nadie te pisotee.
Rubí preguntó de pronto, con urgencia:
—Hermano, ¿cómo supis