Durante el año anterior, Rubí había cargado con una deuda silenciosa hacia Marcia. Siempre evitaba el conflicto, fingía indiferencia ante sus provocaciones y toleraba su actitud arrogante como si no la notara. Esa sumisión disfrazada había llevado a muchos a asumir que Rubí era ingenua, tímida y socialmente torpe.
—Marcia, ya tienes a tus verdaderos padres contigo. ¿Por qué siguen permitiendo que esta descarada ande suelta? ¿Por qué no la han echado aún? —comentó una chica mientras se acercaba con paso seguro. Su mirada estaba cargada de burla.
Otra se unió enseguida, evaluando con cinismo el atuendo de Rubí.
—Miren nada más… ¡ropa de diseñador! Rubí, escuché que ahora trabajas como niñera. Vaya sorpresa… No sabía que pagaban tan bien por cuidar niños —dijo con una risa fingida, como si hubiera contado el mejor chiste de la noche.
Una tercera chica, alta y aún así subida en tacones imposibles, se acercó. Sus ojos recorrían a Rubí con abierto desprecio, la voz impregnada de veneno.
—De