—¡Maldita sea! —exclamó Marcus al irrumpir en la habitación. Su mirada recorrió el caos en una fracción de segundo, pero sus ojos se clavaron en Rubí con desesperación—. ¿Rubí, estás bien?
Corrió hacia ella sin prestar atención a nada más. Se arrodilló junto a su cuerpo desfallecido y la alzó en sus brazos con una mezcla de ternura y urgencia. Su rostro, normalmente imperturbable, estaba ahora contraído por la preocupación y la culpa.
—Les haré pagar... —murmuró con rabia contenida—. Les haré pagar muy caro por este infierno.
Rubí, con la voz rasposa y los labios secos, alzó una mano temblorosa y se aferró a su cuello.
—Salva… a mi hermano —susurró. A pesar de su estado, su rostro sonrojado y la vulnerabilidad de sus ojos la hacían ver increíblemente frágil, casi irreal.
La furia de Marcus alcanzó su punto de ebullición. La brutalidad de lo que acababa de presenciar no solo lo enfurecía… lo desbordaba.
Sin perder más tiempo, se quitó el abrigo y cubrió a Rubí con él, tapando su cuerpo