—¿Y qué tiene de lamentable esto? En cuanto tengamos el video y las fotos, podremos aprovechar promociones y bonificaciones desde mañana mismo. Será el punto más alto de nuestras carreras. Esa chica no tiene a nadie que la respalde. No hay por qué temer represalias —respondió otra voz masculina, con una seguridad fría y calculadora.
—Tienes razón. Muévete, arrástrala.
Rubí ya no tenía fuerzas. Su cuerpo apenas respondía y su visión se tornaba cada vez más borrosa. Lo único que sentía era una sensación abrasadora que crecía desde dentro, amenazando con consumirla por completo. No podía resistirse. Alguien la arrastró como a una muñeca rota y la arrojó frente a un chico, quien se encontraba atado a una silla.
Con gran esfuerzo, Rubí abrió los ojos. Todo era confuso, pero reconoció el lugar. No era una habitación privada, sino un salón para empleados, idéntico al que Marcia le había mostrado en la grabación. Una mujer la empujó sin cuidado antes de acercarse al muchacho. Comenzó a afloja