—¿Y de qué sirve tu bendición ahora? —Marcia soltó una risa cargada de burla—. Pero ya que lo mencionas… deberías decirle a Erick que se case pronto conmigo. Como ya no sientes nada por él, ¿por qué no le dices que estás dispuesta a ser mi dama de honor? Ah, y de paso, dile que no te interesa ninguna parte de la herencia de los Gibson. ¿Qué opinas?
—Olvídalo —respondió Rubí con voz gélida, su rostro endurecido como una máscara de hielo.
Nada de lo que hiciera o dijera bastaría para satisfacer a Marcia. Ella siempre querría más.
—¿Qué pasa? —continuó Marcia con una mueca de inocencia falsa—. ¿No quieres cederme a Erick? ¿O simplemente no quieres ser parte de nuestra boda? ¿O será... que aún no estás dispuesta a renunciar a la familia Gibson?
Sus labios se curvaron en una sonrisa envenenada.
—Rubí, ¿te imaginas cuán devastados estarían esos viejos de la familia William si algo le pasara a su único hijo? —Soltó una risita, cubriéndose la boca con fingida coquetería—. Qué tragedia sería.