Quería apartar a Marcus, pero su pasión era tan intensa que parecía contagiosa. En un instante, sintió cómo sus fuerzas la abandonaban, su cuerpo se debilitaba y un mareo la envolvía.
Después de un largo rato, como si temiera que ella no pudiera respirar, Marcus se separó de sus labios a regañadientes y, aún abrazándola por los hombros, dejó un beso suave en su mejilla.
Rubí recobró el sentido. Extendió la mano para empujarlo y murmuró:
—Marcus, suéltame.
Su voz, ronca y entrecortada por el jadeo, sonaba más como un tímido intento de seducción que como una súplica. Marcus dejó escapar un gruñido gutural y volvió a sellar sus labios con un beso hambriento.
—Suéltame, Marcus…
El ímpetu de sus movimientos la asustó. Con seriedad, reunió fuerzas y lo empujó con todas sus energías. Tomado por sorpresa, Marcus cayó hacia un costado de la cama.
Él también recuperó la compostura. La miró, perplejo, y preguntó con voz ronca:
—¿Qué te pasa?
Podía notar que Rubí no lo había apartado por timidez