Alexander la observó, cruzado de brazos, mientras Valeria dudaba frente al amplio vestidor, incapaz de decidirse. Se acercó y, con la seguridad de quien conoce el buen gusto, extrajo un vestido de estampados delicados y bonitos.
—Deberías usar este. Te quedará muy bien —comentó con sencillez.
Un simple comentario, despojado de cualquier adulación, bastó para que el rostro de Valeria se encendiera en un tono rojo intenso. Ella forzó una media sonrisa, tomó el vestido y se apresuró a ponérselo. Después, se recogió el cabello en un elegante moño alto y aplicó solo un toque de brillo labial y rubor para un acabado natural.
Cuando terminó, Alexander la esperaba en la sala. La escaneó de pies a cabeza con una mirada penetrante que la hizo ruborizarse de nuevo, sintiendo un calor intenso que se extendía por sus piernas como un hormigueo creciente.
Desde la cocina, Doris observaba la escena. Para ella, la forma en que Alexander devoraba a su esposa con la mirada, y la manera en que Valeria se