Valeria se dirigió al armario para vestirse, consciente de que no tenía opción a negarse a la salida. Tenía que encontrar algo adecuado para la ocasión. Justo cuando intentaba ponerse uno de sus pantalones favoritos, la frustración la golpeó. El cierre se negaba a subir más allá de la mitad de su abdomen.
—¡Genial! —masculló.
Lo mismo ocurrió con una de sus blusas; era imposible que se pusiera esa camisa sin sentirse asfixiada. La descartó por completo. Estuvo buscando durante un tiempo en el armario, sintiendo el pánico del embarazo que avanza y la escasez de ropa.
De repente, llamaron a la puerta.
—Valeria, ¿ya estás lista? —preguntó Alexander desde el otro lado.
Como ella no respondió, el hombre empujó la puerta sin esperar permiso. La encontró todavía con una toalla alrededor del cuerpo, hurgando frenéticamente entre las perchas.
Él se acercó, la miró y esbozó una sonrisa que no pudo ser más exasperante.
—Por eso es que te dije que tenemos que ir de compras. Claramente,