Doris se acercó al comedor, encontrando a Valeria inmóvil, mirando la tarjeta solitaria sobre la mesa, distraída en sus pensamientos.
—Señora, ¿ya terminó de comer? —cuestionó Doris, con suavidad.
Valeria levantó la mirada y la vio.
—No, no he terminado. Sin embargo, tampoco tengo apetito.
Doris hizo una mueca de preocupación. Se acercó cariñosamente y colocó una mano sobre su hombro, buscando animarla.
—Creo que debería hacer un esfuerzo por tomar el desayuno, señora. Es el alimento más importante para comenzar el día y, en sus circunstancias, mucho más importante.
—Agradezco que te preocupes por mí, Doris, de verdad —susurró, con un tono melancólico—. Pero en realidad no tengo apetito. Creo que debería salir y tomar aire fresco.
Ante aquella respuesta, Doris negó con la cabeza, su rostro se volvió serio.
—No creo que pueda salir. El señor Baskerville se lo ha prohibido. Creo que no está siendo consciente sobre las consecuencias que acarrean siempre desobedecerlo. Así que le aconsejo