Leo se sentó en el asiento del conductor de su auto, sin arrancar el motor. Sacó el teléfono y marcó el número de Alexander. Sonó dos veces antes de que la voz de su amigo contestara y se escuchara a través de la línea telefónica.
—Alexander, soy yo —saludó.
—Lo sé, ¿qué pasa? Es raro que me llames tan temprano... ¿sucedió algo con la agencia?
—No, la agencia está bien. Soy yo. Necesito un consejo de tu parte.
Alexander soltó un bufido sarcástico al otro lado de la línea.
—¿Tú pidiendo consejo? Eso es nuevo. Pensé que el único que lo necesita soy yo..
Leo tomó aire. No podía contarle toda la historia, pero lo resumiría.
—Me sucedió algo muy extraño, Alex. Volvía a casa y, bueno... atropellé a una chica.
—¿Qué demonios dices, Leo? ¿Estás bien? ¿La chica...?
—Estoy bien, y ella está estable en el hospital. Lo más extraño es que... se lanzó a la carretera. Actuó como si estuviera huyendo de algo. La llevé yo mismo a emergencias y me hice cargo de los gastos.
—Huyendo, dices...—murm