—¡Yo soy quien debería decirte que me entiendas, Valeria!—la voz de Alexander regresó del teléfono, cargada de una desesperación aún mayor—. No quiero divorciarme de ti. No te daré el divorcio. No puedes separarte de mí así como si nada. Una cosa es que estés molesta conmigo, pero eso no significa que vas a alejarte y me vas a quitar también el derecho y la oportunidad de ver a esos bebés.
Valeria se sintió acorralada, entre la espada y la pared. Su corazón latía con una fuerza brutal, sabiendo que esa llamada era, de alguna manera, la despedida final. Probablemente no volvería a escuchar su voz, y quizás él la odiaría, pero ella tenía sus razones.
—¿Por qué te quedas callada, Valeria? ¡¿Por qué no me dices nada?!—le gritó Alexander.
Valeria, sintiendo que su garganta dolía terriblemente por el llanto contenido, le respondió con un nudo en la voz, un revuelo interno azotando todo su ser.
—¿Qué más quieres que te diga, Alexander?—expresó, con dolor—. No sé qué es lo que quieres escucha