TANYA RHODES
—¡Cariño! ¿Cómo estás? —preguntó Paulina en cuanto contesté la llamada, mientras yo buscaba un lugar donde esconderme, de pronto la casa era más grande y el aire más denso—. Me preocupé mucho. Después de nuestra plática en el parque ya no supe nada de ti. Supe lo de la muerte de tu madre. ¿Estás bien?
Me quedé plantada frente al despacho de Viggo, con el corazón latiéndome en la garganta.
—Yo… lo estoy… —susurré antes de tragar saliva con dificultad, dejando que el silencio en la línea asentara mis palabras.
—Tanya, sé que confías mucho en Viggo, que ha estado para ti durante todo este tiempo, lo entiendo, pero no lo conoces como yo. Ya te dije lo maldito que puede ser y en verdad tengo miedo de que te haga daño —agregó con ese tono de voz que intentaba sonar preocupado y condescendiente—. Eres joven y aún no conoces la verdadera maldad allá afuera. Si crees que Fabián era un monstruo, Viggo es peor. Tienes que creerme, yo no soy tu enemiga.
Con cada palabra que decía m