[SOFÍA]
La noche cae sobre Suzuka con una suavidad engañosa. Afuera, el jardín del hotel respira en silencio; adentro, la habitación está tibia, perfumada por el té que Francesco pidió apenas entramos. Tiziano duerme en su cuna portátil, rendido después de un día largo. Yo me muevo despacio, como si el mundo pudiera romperse si hago ruido.
El día de prensa fue intenso. Miradas que pesan, preguntas que rozan límites, sonrisas medidas. Todo eso quedó atrás cuando cerramos la puerta. Ahora solo existe este cuarto, este silencio, esta calma frágil que se siente como un regalo.
Francesco se apoya en el marco de la ventana, con la ciudad extendiéndose en luces bajas. Tiene esa expresión suya que conozco demasiado bien: la de cuando algo importante está por decirse.
—Ven —me pide, sin mirarme todavía.
Me acerco. Me toma de la mano y la aprieta con cuidado, como si recordara cada día que no estoy sola en mi cuerpo.
—Estuve pensando —dice al fin—. Mucho.
—Eso nunca es buena señal —bromeo, inte