[FRANCESCO]
La Q3 empieza como una herida abierta.
El motor ruge bajo mis pies con esa vibración grave que se te mete en los huesos. El coche está perfecto, firme, obediente. Los neumáticos están exactamente en la ventana que queríamos. Todo encaja. Todo debería fluir.
Suzuka se abre frente a mí como un animal antiguo, técnico, implacable. No es un circuito que perdone dudas ni errores. Aquí o estás entero… o te devora.
Respiro hondo dentro del casco. Suelto el embrague.
—Francesco, pista limpia. Empuja —dice Sofía por la radio.
Su voz. Siempre su voz.
Es el ancla. El punto fijo. La calma en medio del caos.
Salgo a por la vuelta rápida. El coche responde como si leyera mi pensamiento antes de que lo formule. Curva uno, freno tarde. Curva dos, limpio. Entro en las eses y el mundo se vuelve ritmo: volante, acelerador, respiración.
Estoy dentro del coche. O el coche está dentro de mí.
—Sector uno verde —informa Sofía—. Dos décimas arriba.
Aprieto los dientes. Aprieto el acelerador.
En el