58. AL CAER LA TARDE
[SOFÍA]
Volvemos al hotel entrada la tarde, después de una jornada interminable de flashes, sonrisas forzadas y discursos ensayados. Las puertas del ascensor se cierran tras nosotros y, en cuanto quedamos solos, Francesco se deja caer contra la pared, soltando un suspiro profundo.
—Si sonrío un poco más, me van a doler los músculos —murmura, frotándose la mandíbula.
No puedo evitar reír.
—Te veías perfecto, y lo sabes.
Él arquea una ceja, inclinándose apenas hacia mí.
—¿Perfecto para ellos… o para ti?
Me sonrojo, pero sostengo su mirada. Esos ojos verdes tienen la costumbre de arrancarme respuestas sin que yo quiera.
—Para los dos.
El ascensor se abre en nuestro piso, y antes de que pueda reaccionar, Francesco me toma de la mano con esa firmeza suya que nunca deja espacio para dudas. Caminamos por el pasillo alfombrado, y cuando la puerta del cuarto se cierra detrás de nosotros, siento cómo toda la fachada se desmorona al fin. Afuera, somos la pareja de ensueño; aquí, somos nosotros