Mi pecho se comprime. Creí no volver a encontrarlo tan cerca, salvo en ferias o cenas corporativas donde la cortesía obliga. Desde aquel día en que le devolví hasta el último centavo con intereses, había mantenido la distancia. Y ahora, ahí está, como si el tiempo no hubiese puesto el océano que yo misma levanté entre nosotros.
—Buenas noches, señor Paxton. —respondo con amabilidad forzada; mi voz suena seca, contenida, pero no quebrada—. No pensé que vendría… ni que lo volvería a ver.
Él sostiene mi mirada apenas un segundo y luego dispara su petición, tan directa como incómoda:
—¿Hablamos en privado?
Todo alrededor se queda en suspenso; las conversaciones se ahogan y la música parece apagarse en mis oídos. Asiento: sí, es mejor hablar en privado —no más de lo estrictamente necesario—. Nikolaus, mi futuro esposo, se mantiene junto a mí con la compostura de siempre; Keleer, firme y atento, como un faro jurídico. Los tres nos dirigimos a mi oficina y cerramos la puerta tras nosotros co