O eso creo…
El aire se vuelve denso dentro del auto. Puedo sentir el calor de Nikolaus rodeándome, su respiración acelerada rozando mis labios, su pecho firme bajo mis manos, latiendo al mismo compás que el mío. La tensión es insoportable, como una cuerda a punto de romperse.
—Nikolaus… —susurro, mi voz se quiebra entre súplica y deseo.
Sus ojos azules me taladran, cargados de una pasión contenida que amenaza con desbordarse. Sujeta mi cintura con fuerza, como si no quisiera dejarme escapar, como si la sola idea de apartarme fuese insoportable.
—Eres mi perdición, Eva. —gruñe entre dientes, y ese tono grave me enciende aún más.
Sus labios vuelven a buscar los míos, pero esta vez no hay ternura, sino un hambre feroz. Me devora como si necesitara recordarme que soy suya. Mis manos se enredan en su cabello, lo atraigo más a mí, y siento cómo su cuerpo responde con la misma urgencia que el mío.
El roce de sus manos subiendo por mi espalda me arranca un gemido ahogado. Mi falda se arremoli