Un chivo expiatorio perfecto.

El coche giró bruscamente, derrapando por la carretera mientras Jax apretaba a Jaden contra su pecho, como si intentara protegerlo.

Pero la desesperación no lo dejaba pensar con claridad. ¿Qué le pasaba? Sus manos temblaban mientras sujetaba el cuerpo de su hijo.

Notó cómo sus manitas se enfriaban, cómo su piel perdía el calor vital que lo conectaba con la vida.

Jax sentía que el mundo se desmoronaba a su alrededor, que el peso de la impotencia lo aplastaba, mientras luchaba por mantener la calma, por no perderse en el abismo del terror.

—Jaden, campeón, escucha a papá, por favor, quédate a mi lado... no me dejes solo —le suplicaba Jax, con la voz quebrada por el llanto.

El pequeño, débil y pálido, apenas reaccionaba.

Al llegar al hospital, la adrenalina corrió por su cuerpo, empujándolo a la desesperación. Corrió hacia urgencias con su hijo entre los brazos, temiendo que cada segundo pudiera ser el último.

Su pecho golpeaba con fuerza, sus pulmones apenas alcanzaban a tomar aire mien
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