El coche avanzó lentamente por el camino de tierra. Tatiana iba al volante, los ojos atentos y una sonrisa en sus labios mientras hablaba.
—Aprendí a manejar a los doce —dijo de pronto, mirando de reojo a Jazmín, que viajaba en el asiento del copiloto.
—¿Doce? ¿En serio? —preguntó Jazmín, sorprendida.
—Sí. Papá no podía, ya sabes —se encogió de hombros—. Al principio solo dentro del garaje. Luego papá me decía: “Un poquito más adelante, hijita, otro poquito”, y cuando me di cuenta ya estaba manejando por todo el pueblo.
Desde el asiento trasero, Samuel rió con entusiasmo.
—Y lo hacía mejor que muchos adultos. Aunque la primera vez casi atropella al perro del vecino.
—¡Papá! No era mi culpa, ¡el perro cruzó sin mirar!
—¿Y tú qué hacías? ¿Leyendo el horóscopo mientras manejabas? —respondió él entre risas, recostándose sobre el hombro de Alika.
Ella lo rodeó con un brazo, acariciándole su rostro con ternura.
Jazmín los miró desde el espejo retrovisor. Llevaban más de veinte año