Desesperada, Jimena corrió hacia la puerta.
—¡Abre! ¡Abre la puerta, maldita bruja! —gritó, golpeando con fuerza la superficie metálica.
El sonido lejano de neumáticos crujiendo sobre la carretera de tierra la hizo palidecer.
—No… ¡no puede ser! —susurró temblando—. ¡Ayúdenme! ¡Auxilio!
El pánico le recorrió el cuerpo. Había confiado en Jane y, por segunda vez, esta la había traicionado. Sacó el móvil de su bolsillo con manos temblorosas, pero la pantalla negra confirmó su peor miedo, estaba sin batería.
Encerrada en aquel galpón sin ventanas, con apenas una ranura de ventilación sobre la puerta, sintió cómo su pecho comenzaba a comprimirse. Desde niña sufría de claustrofobia, y aunque el espacio era amplio, la idea de estar atrapada hizo que su mente se nublara.
—¡Auxilio! —sollozó—. No quiero morirme aquí… ¡No!
Su respiración se aceleró, le faltaba el aire, una sensación de mareo la envolvió. Un instante después, sintió que las piernas fallaban y cayó al suelo.
Mientras tant