—¡Kathleen Olsen! ¡¿Dónde estabas metida?! —el grito de su padre nada más cruzar la puerta fue su recibimiento.
Su padre giró la silla de ruedas y se acercó para encararla.
—Papá, yo… Siento no haberte avisado, no quise preocuparte.
El rostro preocupado de su padre sustituyó a la furia de momentos antes.
—¿Estás bien, hija? —Kath asintió con la cabeza y él suspiró—. La próxima vez avísame para que no me quede toda la noche sin dormir creyendo que te ocurrió algo malo. Llamé a la policía.
Su padre se dio la vuelta y se dirigió de nuevo a la sala.
—¿Papá? ¿Solo eso tienes que decirme?
No es que no se alegrara de no recibir una gran reprimenda en ese instante. Solo quería marcharse a su habitación y llorar.
El hombre suspiró con teatralidad.
—No voy a decirte que estoy contento, pero te robé tu juventud, te dejé si madre, te hice dejar los estudios y matarte a trabajar a diario. Jamás me has dado un solo problema, has sido la mejor hija que un hombre puede tener.
—Papá —susurr