Entrégalas, pero no las mates

Aquello tenía que ser una pesadilla, no podía ser real lo que le estaba ocurriendo.

Kathleen se encontraba dando a luz en mitad de un sótano mugriento, en el suelo sucio, con el cadáver de una mujer a su lado y James había salido corriendo hacia la parte superior de la casa.

Intentó levantarse, pero una nueva contracción la hizo dar un grito.

Cada vez eran más seguidas y sentía la presión de los bebés en su bajo vientre.

—Uf, uf, uf, vamos Kath —se dijo a sí misma mientras miraba al techo—, antes las mujeres no necesitaban un hospital para traer a sus hijos al mundo.

Sentía tanto dolor, mezclado con el miedo y los nervios que le entró una risa nerviosa.

«Voy a traer a mis hijos al mundo mientras estoy secuestrada por un loco y con un cadáver como espectador».

En ese momento, James bajó, traía una manta y varias cosas más en las manos, pero Kath no quiso continuar mirándolo.

No quería ver lo que ese loco había dispuesto para ella.

—Te escuché reír, amor —le dijo en cuanto llegó a su l
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