Elena no podía creer el cambio que había dado su hijo James desde lo ocurrido con el testamento.
Prácticamente se había mudado a la mansión y pasaba mucho tiempo a su lado.
En la última semana no se había sentido muy bien y él la había estado cuidando todo el tiempo.
—¿No has sabido nada de William? —preguntó—. No puedo descansar bien pensando en que un día llegará esa mujer a echarnos de aquí. Creo que por los nervios es que tengo mal el estómago.
—Claro, mamá, es por eso. Ya te lo dijo el doctor que mandé a llamar, lo que tienes es nervioso.
—Sí, hijo, seguro es eso. Voy a dormir un poco, no me siento demasiado bien.
—Yo mismo te subiré la comida para que no tengas que bajar y te canses. —Elena le iba a decir que no tenía apetito, pero en aquel momento James era lo único que le quedaba y no pensaba hacer nada que hiciera que él se marchara.
—Sí, hijo, si quieres puedes venir a comer conmigo. Y hablamos… De cualquier cosa.
Su hijo por un momento la miró con burla, pero fue tan efímer